miércoles, 10 de agosto de 2016

El abismo entre Trondheim y Oviedo

sevillafc.es

Noches como las de ayer en Trondheim tienden a desvirtuarse por la impotencia que provoca perder una final en el minuto 92. Y más cuando el resultado favorecía al Sevilla FC. Hay una ley no escrita en el fútbol que reza que un equipo jamás debe perder un partido en el descuento. Y es así. Tan simple como cierto. Porque en ese breve espacio de tiempo nada tienen que ver los presupuestos ni el nivel de uno u otro equipo. Simplemente entra en juego el denominado 'otro fútbol'. Y el partido debió morir en ese córner a favor que acabó en una contra mortal. Incluso mucho antes si se hubiera materializado alguna de las opciones que tuvo el Sevilla FC. Pero de ahí a hablar de la derrota más dolorosa para el sevillismo hay un abismo. ¿Cuántos de ustedes vivieron en sus carnes aquella fatídica tarde del 1 de junio de 1997 en Oviedo?

Yo era un niño a punto de cumplir 13 años. Aquella tarde estaba en casa de mis abuelos paternos y, como casi desde el día en que nací, me hallaba pegado al transistor de mi abuelo escuchando Carrusel Deportivo. Y entonces algo en mí cambió para siempre. Una voz rota anunciaba el descenso del Sevilla FC a Segunda División. Mi corazón, sin saber por qué, comenzó a latir más fuerte. Como nunca antes lo había hecho. Un nudo en la garganta me sobrecogió y apenas pude contener la respiración. No entendía nada. Hablaban del Sevilla FC. "¿Por qué me afecta esto tanto?", me preguntaba. Minutos después, un micrófono de ambiente se coló en el túnel de vestuarios del antiguo Carlos Tartiere. Solo se escuchaba el desgarrador sonido de los tacos de los jugadores y algún que otro grito de desconsolación. Fue estremecedor. 

Entonces, aquella voz narró la presencia de Monchi, portero del Sevilla FC en esa época, sentado solo, desconsolado, en una esquina de aquel pasillo. Muchos de ustedes tendrán grabada esa imagen en la cabeza. Monchi se convirtió en ese instante en la viva imagen del sevillismo, que afuera, en la grada, pedía incesantemente que los futbolistas regresaran al terreno de juego al grito de "¡Hasta la muerte, Sevilla hasta la muerte!". Sí, señores. Hasta la muerte. La plantilla y el cuerpo técnico, con Julián Rubio al frente, regresaron al césped donde solo quedaban ya los sevillistas en el fondo donde estaban ubicados. Habían recorrido casi 800 km para estar con su Sevilla FC. Probablemente sin querer pensar durante el viaje de ida en lo que podría ocurrir. Porque el sevillismo no entiende de consecuencias, y sí mucho de pasión por unos colores. Y, entre un manto de lágrimas, afición y jugadores se fundieron en una cerrada ovación que supuso un antes y un después en la historia reciente del Sevilla FC. 

La derrota de ayer es dolorosa por cómo se dio. Pero nunca cruel. Y menos la más dura de nuestra existencia. Oviedo es solo un ejemplo. Los más veteranos recordarán muchos más. Seguro. Hay que poner el partido de ayer en perspectiva. Primero, estamos en construcción; y segundo, y más relevante, hay que saber quiénes somos, de dónde venimos y, sobre todo, dónde estamos. La gran diferencia entre Trondheim y Oviedo es el horizonte que se divisa a lo lejos. Ayer estábamos en la cúspide del fútbol europeo. Jugando una final contra el campeón de la Champions League. El domingo tenemos otra final y el día 25 volveremos a estar encuadrados en la Fase de Grupos de la máxima competición continental. Y, señores, el Sevilla está en Primera. Parece algo natural, pero hasta hace bien poco no fue así. En Oviedo todo fue diferente. Dramático. Al fondo todo se veía negro. Solo se divisaba oscuridad. Y ahora todo es luz. A pesar de la derrota. Y, sin embargo, hay un denominador común entre ambas ciudades y ambos momentos: que el sevillismo siempre estuvo ahí. Porque al igual que nunca nos rendimos, nunca dejaremos a los nuestros en la derrota. Que quede bien claro.   

Twitter: @cmsanchezt 

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