miércoles, 24 de enero de 2018

Un corazón que vuelve a latir

sevillafc.es

'Nunca te rindas', rezaba el tifo que el Sevilla FC instauró en Fondo con el objetivo de alentar a los once guerreros ávidos de revancha que saltaron al césped del Ramón Sánchez-Pizjuán contra el Atlético. Se trataba de ponerse en pie otra vez (sí, otra vez) después de hincar la mano en el suelo siete días atrás para tomar impulso con la casta y el coraje perdidos progresivamente, de manera incomprensible, en los últimos tiempos. El Sevilla FC agonizaba hace una semana. Su corazón llevaba meses maltrecho. Apenas latía, si acaso para respirar un justo y necesario hilo de vida. Se hallaba desorientado, o eso creímos... Porque, una vez más, ha vuelto a levantarse a las puertas del cementerio. Y ya son unas cuantas. Tantas o más en este siglo como vidas tiene un gato. Qué manera de resurgir de sus cenizas. Ni el más optimista del lugar imaginó un giro de guión de tal magnitud, solo comprendido en alguna extravagante cinta de autor, cuando todo el sevillismo solo rogaba, entre plegarias, que el dolor acabase lo antes posible. 

Y todo gracias a un cirujano, bien hallado en Italia, de nombre y apellido Vincenzo Montella. Tardó dos semanas en detectar la disfunción que debilitaba el corazón del Sevilla FC, pero, una vez halló la herida, la cerró con la destreza quirúrgica de un doctor e inyectó litros de sangre renovada. Nada parece quedar de aquel ente pálido que deambulaba esperando su final. Y es que, más allá de consumar el enésimo éxito deportivo que implica jugar una nueva semifinal de Copa del Rey dos años después, su gran aportación hasta la fecha es, sin duda, haber devuelto al Sevilla FC su gen competitivo. Ese que afrenta al rival sin complejos y vende muy cara su piel. Ha restaurado el ánimo de una plantilla desangelada y desorientada en un tiempo récord. Esta es la principal clave del resurgir del Sevilla FC. Ahora, cada uno sabe cuál es su función en el terreno de juego, y, a su vez, cada pieza individual forma parte de un engranaje perfecto bajo la batuta de Éver Banega y Pablo Sarabia, a quien el tiempo siempre pone en su sitio. Bendito fichaje el suyo. 

El Sevilla FC ha recuperado el alma. Y un estilo de juego que encarna sus valores. Más bien se ha reencontrado con sus raíces. Ha regresado a un fútbol eléctrico, de película de suspense. Cierra filas, defiende junto, pero cuando sale en transición ofensiva... asusta. Un maremoto descontrolado. Cuánto echaba en falta el público de Nervión un equipo vertical y directo. Esto también es obra de Montella, al que habría que mirar de frente y agachar la cabeza. Y la mayor paradoja de esta historia es que quien lo eligió ha recibido críticas a diestro y siniestro desde que se sentó por primera vez en el despacho de alguien insustituible. Para Óscar Arias, lo fácil, tras la destitución de Berizzo, hubiese sido contratar un parche y esperar a formar un nuevo proyecto el próximo verano (un servidor también lo creía así), pero, fiel a su forma de pensar, fue con todo a por su primera opción a sabiendas de que, probablemente, se jugaba su última bala. Supo regatear la presión, antes de tomar una decisión precipitada, cuando todo el mundo pedía un entrenador inminentemente, a pesar, insisto, del ensordecedor ruido mediático. En tan solo una semana ha resultado que esta plantilla tiene un potencial interesante (evidentemente mejorable, siempre es así en cualquier caso). Ayer sí hubo rendición. La de una afición que ha recuperado el sentimiento de pertenencia hacia su escudo, y que bien entenderá con el paso del tiempo que Arias, hasta la fecha, ha acertado, al menos, igual que ha errado. No den nunca por muerto al Sevilla FC.  


Carlos Sánchez
Twitter: @cmsanchezt

   

lunes, 8 de enero de 2018

Que nadie les engañe

sevillafc.es

Nunca será un partido más. Que nadie les engañe. Ganar un derbi deja siempre un regusto diferente (sea cual sea el estatus de cada equipo en ese momento); perder duele como un hermano. Al fin y al cabo somos eso: hermanos. Que se lo digan a quienes osan nombrar a nuestro eterno rival desde otros lares. Somos eso también: eternos rivales. Por y para siempre. Cuando uno ríe, el otro llora. Nunca habrá paz para ambos. Una dualidad tan pasional e intensa como añorada cuando es bien entendida. Agotadora hasta la extenuación. Siempre quiero ganar al Betis. Hasta en sueños. Pero encajo la derrota cuando llega. Como cualquier sevillista de bien. Como cualquier bético de bien. Que nadie les engañe. Un ejemplo: mi primito. Bético, como su padre. El sábado, nada más finalizar el derbi, recibí una nota de voz: "Gracias, primo, otra vez os tocará a ustedes. Seguro que en el Benito Villamarín os toca". Tiene nueve años. Siempre que el Sevilla FC venció en ediciones anteriores, me felicitó. El primero. Bien sabe él a su temprana edad que los derbis son diferentes. Para bien y para mal. Siempre estorban. Consumen demasiadas energías. También al ganador. Enhorabuena al beticismo.  

Nunca será un partido más. Que nadie les engañe. El derbi condiciona y entorpece. Siempre. El ganador inocula una inyección de moral y el perdedor entra en un túnel donde la visibilidad se reduce hasta divisar una neblina gris. Casi negra. El ambiente se torna insoportable en la casa del derrotado. La presión mediática se recrudece, el margen de error se estrecha y las decisiones se precipitan. Caerán los fichajes en el Sevilla FC porque la bala de ofrecer cabezas a la afición ya se gastó. ¿Y después, qué? Perder un récord de imbatibilidad en tu estadio a manos de tu eterno rival es doloroso. Muy doloroso; alejarse del objetivo en la Liga con el mayor presupuesto en la historia del Club, mucho más. Pero sentir que una buena parte del sevillismo da por finiquitada la temporada... Ahí reside la mayor tristeza. Sin duda. Hemos llegado a un punto de difícil retorno en la presente temporada. Devolver la ilusión al sevillismo debería ser el primer propósito en un cuaderno con tachones en rojo plagado de necesidades. La llegada de nuevas incorporaciones puede ser la solución de urgencia, pero, como ocurrirá probablemente con Montella, estos movimientos adquieren normalmente un efecto efervescente. De más a menos. Que nadie les engañe. La cuestión es estructural.

Llegados al ecuador de la temporada, la sensación es que el Sevilla FC, más que mantenerse vivo en todas las competiciones, deambula a la espera de que un ciclón se cruce en su camino y arrase con su maltrecho esqueleto. Carente de columna vertebral, de un tipo, uno solo, que enseñe en el vestuario el significado de este escudo y explique que un derbi se gana con más atributos que talento; en búsqueda continua de una identidad como equipo -complicado mientras nadie asuma galones-, y con una alarmante falta de presencia y toma de decisiones por parte de los rectores de la entidad, ocultos entre cifras desorbitadas autoimpuestas. Maldito momento, pensarán... O no. Quien sabe si con 300.000 euros las penas son menos penas. Y mientras tanto, el sevillismo solo pide depurar responsabilidades. En el sueldo va la obligación. Los focos se ciernen sobre el césped, pero los verdaderos artífices de este despilfarro de recursos se sientan en el palco. Monchi servía de escudo; Óscar Arias no tiene quien dé la cara por él. ¿Para qué? Si probablemente será la próxima cabeza de turco. En sus manos está recobrar la ilusión del sevillismo. Todo o nada en un proyecto que puede llegar a su fin antes que el gol de Fabián. Acertar en los remiendos este enero se antoja fundamental para entusiasmar de nuevo a quienes de verdad trajeron fútbol, honor y gloria al Club: el sevillismo. Que nadie les engañe.

Carlos Sánchez
Twitter: @cmsanchezt