domingo, 13 de mayo de 2018

Excusas, Caparrós



Necesito, para acallar las voces que remueven mi conciencia, empezar disculpándome con Don Joaquín Caparrós Camino. Sí, un servidor tampoco le encontró lugar en el banquillo del Sevilla FC una vez se marchó en el verano de 2005. Ni siquiera en tiempos de Manzano o Míchel sopesé su regreso. Hasta hace tres semanas. Nunca antes. Entonces sí, pedí su regreso inmediato públicamente y hasta en mis desesperadas plegarias. Me consta, por lo que pude percibir aquellos días, que ese grito se produjo casi al unísono entre el sevillismo. ¿Por qué será que muchos de los que sentimos este escudo como nuestro nos acordamos de él cuando nos sentimos heridos en nuestro orgullo? Quizá la respuesta sea tan simple como compleja. El fútbol, al final, solo es el elemento donde se deposita una pasión compartida por miles de personas. Y en ese terreno, Joaquín Caparrós es dios.  

Quedaban cuatro partidos de Liga por delante y la curva descendente del Sevilla FC se antojaba irrefrenable, de forma paradójica, en la temporada donde inició la partida con el mayor presupuesto de su historia. Obtener un billete continental se empezaba a vislumbrar como una quimera. Pero el Club maniobró a tiempo -quien sabe si una semana tarde como para haber acortado el cortejo europeo que dará comienzo a finales de julio-. Caparrós llegó, miró a los ojos a los jugadores y les hizo creer que valían para competir en la élite. O eso cuenta él. Porque los entrenadores, de puertas hacia fuera, mienten, como él mismo ha reconocido alguna que otra vez, para perpetuar entre cuatro paredes aquellos entresijos que nunca debieran salir de un vestuario. Pero reducir todo a ese logro sería injusto. Caparrós, además de resucitar a un cadáver, ha devuelto el orgullo al sevillismo. 

Nunca fue de vender motos. Y menos sin pintar. La demagogia en el discurso y en el césped, para otros. Excusas, cero. Siempre apeló al sentimiento y a los datos objetivos. Por partes iguales. Recuerden, hasta la muerte, que este señor recogió los deshechos de un equipo hundido en la miseria en el 2000 y plantó el germen del actual Sevilla FC. Ayer cerró el círculo. Se marcha para trabajar en la sombra con la tranquilidad del que ha cumplido con su cometido. Una vez más. Caparrós nunca falló al Sevilla FC y quizá al contrario sí, pero su pasión por este escudo prevaleció sobre su amor propio. Ha inyectado sangre en los ojos a cada uno de los acompañantes con los que ha compartido este breve -pero intenso- viaje. Y ha hecho mejor a los suyos. A todos. Muestra de ello, la recuperación para la causa de los tres fichajes invernales: Layún, Sandro y Roque.

Solo el tiempo ponderará en su justa medida la figura de Don Joaquín Caparrós. Quizá otros entrenadores tengan más nombre o hayan salido por la Puerta de Cristales del Ramón Sánchez-Pizjuán con títulos bajo el brazo. Sin embargo, él acabó con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada la última vez que se despidió del Club de su vida sin probablemente ser consciente de que realmente había ganado mucho más que plata: un rincón privilegiado y eterno en el corazón del sevillismo. El fin de semana que viene se sentará por última en un banquillo, en el local del Ramón Sánchez Pizjuán, como no podía ser de otra manera, y entonces comenzará una nueva etapa en su vida profesional. Ya es tarde para ofrecerle un contrato vitalicio en el Sevilla FC. Es tanto el agradecimiento como las disculpas que se le deben. Gracias por siempre, Joaquín.  

Carlos Sánchez
twitter: @cmsanchezt