sábado, 28 de marzo de 2020

Un ángel de alas rojas




Mi padre lleva más de quince días aislado. En casa. Superando, a falta de un test que previsiblemente nunca se realizará, un más que evidente caso de coronavirus. Saldrá adelante. Está desperezándose de los últimos rescoldos. Ha sido duro. Muy duro. Agotador. Para él y para los que estamos a su lado. La incertidumbre de lo desconocido atenaza. Genera nudos asfixiantes. El miedo es tan legítimo como la esperanza que se vislumbra al final del horizonte. Hemos de aferrarnos a la vida, aunque nos hallemos frágiles. Con casta y coraje. Escuchar al otro lado de la puerta su respiración es un triunfo diario. Como despertar. Un día más, un día menos. La última vez que nos abrazamos fue con el gol de En-Nesyri a Osasuna. "¡No puede ser, hijo. Sufro más ya con el Sevilla FC que con el Madrid!", me dijo. Aquella felicidad desbordante. Efímera. Mi mejor estímulo en estos días. Mi mayor anhelo. 

13 de marzo. Mi Eindhoven. Un día después del aislamiento de mi padre, con fuertes síntomas, cuando apenas existían certezas y el desasosiego amenazaba con irrumpir de forma abrupta, apareció él: un ángel de alas rojas. De sevillanas maneras. De pureza infinita. De nombre Manuel. Dr. González Guzmán. Nos conocíamos de compartir alegrías y disgustos, en redes sociales, de la pasión que nos une. Nunca nos hemos visto las caras, pero nos profesamos un cariño mutuo. Lo sé. Ambos vivimos con desmesurada intensidad nuestro Sevilla FC. Entonces, ese día, puso toda su sapiencia a disposición de aquel que lo necesitara. Recogí el ofrecimiento con el ansia de un niño desorientado. Todo cambió. En la primera llamada, esa voz sobria y templada me transmitió confianza como para afrontar la situación y recuperar la tranquilidad que se me había escapado de entre los dedos en apenas unas horas. 

Manuel ha estado asesorándome día a día en la distancia. Cada vez que en casa renqueábamos, nos orientó y sustentó. Y, sin él saberlo, nos ayudó a mantenernos en pie. A mi madre, a mi hermana y a mí. El mayor obstáculo en esta situación que nos ha tocado vivir no es el propio virus, sino tener que frenarlo sin nuestras mejores armas: los besos y los abrazos de los nuestros. Pasará. Seguro. Y cuando salgamos, seremos más fuertes. Pero en mi retina quedará por siempre quién ayudó a mi padre a superarlo. Mi agradecimiento no cabe en una vida. Y es que nos quedan tantos goles del Sevilla FC por celebrar (con una Cruzcampo, faltaría más, ¿verdad, Manuel?), que sólo por eso merece la pena luchar. Porque nunca nos rendimos. Y por todo, ahora, y entre lágrimas, las que me quedan, quería darte las gracias de forma pública, amigo. Que Sevilla sea tu cielo. El que regalaste a mi familia.

Carlos Sánchez
Twitter: @cmsanchezt

En honor a todos esos ángeles que se están multiplicando y desplegando sus alas, de todos los colores, en las últimas semanas, para cuidar de nosotros y los nuestros.

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