domingo, 26 de enero de 2020

Sólo un genio se despide así



Un genio se marcha como y cuando quiere. Sin más pábulo que la estela que deja al pasar allá por donde pisa. Dejando atrás corazones quebrados. Incompletos. Éver Banega ha decidido poner fin a un amor recíproco. Sin alardes. Como el que sabe que la despedida será insoportable. Ya se fue una vez, pero en esta ocasión no habrá vuelta atrás. Se acabó. Se acabó disfrutar de un futbolista superlativo. Inalcanzable en condiciones normales para el Sevilla FC. Su cabeza le privó de llegar más alto. O mejor dicho, su bendita bisoñez. Si no de qué. Si no de qué iba a estar en el Sevilla FC un tipo que comparte con Messi muchas más cosas que una amistad fraternal. Su vacío será irremplazable. Hay que aceptarlo así. Sin dramas. Con la certeza de poder contar a los sevillistas que vendrán que disfrutamos de un futbolista único. Diferente. Con esa pizca de locura irreductible. 

Cada partido será una pequeña despedida. Un sorbo menos del licor más exclusivo que jamás probamos. Ese amargo regusto. La cruda sensación de que todo lo bueno se acaba, pero que fuimos afortunados al convivir en el tiempo con un mago singular. Callado. Su aportación a la historia más gloriosa del Sevilla FC es incuestionable. Como su implicación y amor por este escudo. Sólo eclipsado por el amor eterno que profesa por Newell's. Que nadie dude de que de aquí al final de temporada veremos al mejor Banega. Nadie más que él deseará marcharse como llegó y se marchó al Inter de Milán: tocando plata. Probablemente, sin mediar palabra. Simplemente, entregando su chistera al respetable como cada vez que se pone esta camiseta. Su manto sagrado, que dirían en su querida Argentina. Qué larga se hará su sombra. Y el sevillismo, hasta el más escéptico, sonreirá un poquito menos cuando pise Nervión. Será mejor no engañarse. Vayan asumiéndolo. 

Atrás quedarán sus abusivas lecciones de fútbol. Un clínic cada noventa minutos. Sus giros entre varios contrarios, sus pases impensables para cualquier mortal o esa capacidad de entender qué necesitan en cada momento los diez que merodean a su alrededor. Éver es arte. Un lienzo de trazo fino admirado por propios y rivales. El faro en el que todos se amparan en un terreno de juego. Hasta Messi. Como ocurre en estas circunstancias, pondremos realmente en valor su figura cuando pasen décadas. Entonces quedará ese poso que sólo el tiempo concede. Y se nos vendrá a la mente esa sonrisa pícara que Éver sacaba cuando sabía que iba a hacer de las suyas. Su alma nunca llegó a emigrar de alguna vetusta plazoleta de Rosario. Jamás dejó de ser el niño que juega descalzo. Y de eso nos enamoramos. De su insensatez. De su inmadurez. De su necesidad casi obsesiva de combatir contra un fútbol cada vez más encorsetado. Nos enteramos de su marcha el día que el Sevilla FC cumplía 130 años. Esperemos superar su ausencia en menos tiempo. 


 Carlos Sánchez 
Twitter: @cmsanchezt

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