domingo, 3 de diciembre de 2017

Pizarro nunca quiso ser conde

sevillafc.es

Guido Pizarro fue bautizado en Argentina como 'El Conde' cuando militaba en Lanús -actual subcampeón de la Copa Libertadores-, inmediatamente antes de emigrar a México para batallar en Tigres. Cuentan por aquellos lares que esta distinción fue otorgada con motivo de la intachable elegancia con la que domina y distribuye la pelota. Pero nada más lejos de la realidad, lo cierto es que ni siquiera la acepción sexta de la Real Academia Española de la Lengua, donde se recurre a su uso en Andalucía (hombre que manda y gobierna, después del manijero, las cuadrillas de gente rústica que trabajan a destajo), hacen honor a su posición social dentro del terreno de juego. Pizarro nunca quiso ser conde, porque en su alma habita un jornalero del fútbol. Un tipo que trabaja incansablemente por -y para- sus compañeros y que se empeña en dignificar el escudo del Sevilla FC.

Cayó de pie en Sevilla, como era de esperar. Hace poco tuve la fortuna de conocer en persona a Don Pablo Blanco, futbolista con más partidos de la historia del Sevilla FC -por poco tiempo me temo- y actual Director de la Cantera, quien me reconoció entre anhelos que el sevillismo venera a los "Krychowiaks", esa clase de futbolistas que nunca se arrugan, que siempre van al corte como si del último lance de su vida se tratara. Pizarro pertenece a ese grupo. A la vista está. Su oscuro trabajo sustenta a la aterciopelada cadena de orfebrería que aglutina el centro del campo del Sevilla FC. Inexpugnable en la parcela ancha, es el mejor regalo que podía recibir el sevillismo antes de echar a rodar el mercado invernal... y después de 'borrarse' N'Zonzi. Porque el centrocampista argentino ha demostrado una personalidad desbordante en el momento necesario. Justo cuando se temía que la baja del irreductible francés supusiera una fractura irreconducible.

Soberbio como ancla, aseado en la salida de balón y con un enorme carácter competitivo, Pizarro es hombre de campo. Brega sin descanso en la sombra, con las extremidades despellejadas del que dedica su vida a una profesión donde unos hacen el trabajo sucio para que otros se lleven la panoja. Y lejos de incomodarle en un mundo donde los egos desorientan, él se siente en calma. Sabe de su cometido y lo ejecuta de forma notable. Sin alardes. Y a mucha honra. Pizarro rehúye de títulos concedidos a dedo, es consciente de que los focos son para otros. Bendito el día en que Berizzo se encaprichó de él. Pueden estar seguros de que mientras esté en Nervión hará suya aquella máxima de Krychowiak cuando confesó que jugó lesionado la final de la Copa del Rey contra el Barcelona: "Nunca dejaría en la estacada a mis amigos". Pizarro es de esos. Respiren tranquilos... 

Carlos Sánchez
twitter: @cmsanchezt

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