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Decía Göbbels, Ministro de Propaganda de Hitler, que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Una argucia rastrera, al fin y al cabo, con el objetivo único de atraer masas y distraer a la opinión pública. ¿Les suena de algo? Hace unos días, cuando 2016 agonizaba, nos encontramos con la desagradable noticia de que Nasri podría haberse sometido a un tratamiento ilegal en una clínica de Los Ángeles. El rumor saltó y entonces comenzó a engrasarse la maquinaría del periodismo más putrefacto. Un buen número de medios de comunicación ofrecieron dicha información rigurosamente; otros, en cambio, dictaron sentencia. Claro, Nasri nunca fue un angelito. Se veía venir. Estaba claro. Tan claro que todos aquellos propagandistas disfrazados de jueces del pueblo insinuaron a los cuatro vientos la culpabilidad de un futbolista -persona antes que jugador-, que, como todos y cada uno de los que leen estas líneas, tiene derecho a ser tratado como inocente hasta que un juez diga lo contrario. Presunción de inocencia.
A priori, me resulta raro que alguien que acaba de cometer una irregularidad se deje fotografiar en el lugar de los hechos. Cuanto menos extraño. Aun así, no pongo la mano en el fuego por Nasri ni por nadie con quien no haya, al menos, mantenido una conversación para escuchar su versión de los hechos. Igualmente, y hasta que alguien me demuestre lo contrario con informes, Nasri es inocente. Faltaría más. Pero, claro está, acudir al fondo de la cuestión e investigar lo sucedido no está en el librillo de muchos periodistas que se excusan sin escrúpulos en los perjuicios que ocasiona la inmediatez de la era digital. Tirar la piedra y esconder la mano. Me resisto a pensar que estas informaciones tienen que ver con campañas orquestadas desde Madrid con motivo del enfrentamiento en la Copa del Rey entre el Real Madrid y el Sevilla FC. Más bien creo que es una cuestión pura y dura de profesionalidad. De ser buen o mal periodista. Por suerte, aún quedan muchos profesionales con letras mayúsculas en el periodismo. Muchos compañeros que malviven, en muchos casos, por trasladarle a cada uno de ustedes una información fidedigna y veraz.
Pienso en Nasri. En la persona. En que estará pasándolo mal. Se haya equivocado o no. Eso lo decidirá un tribunal de la Agencia Mundial Antidopaje o, en siguiente instancia, si procediese, un juez. Ni yo ni nadie que no tenga potestad somos quienes para juzgarle. Soy periodista y sevillista. En el orden que quieran. A muerte. Pero, creánme, me aferraría igualmente a la presunción de inocencia sea quien fuere el que estuviese en el centro de la diana mediática. En España somos muy proclives a juzgar sin hacer el menor atisbo de indagar en la verdad y, más tarde, una vez dilapidada la persona, preguntar. Hablamos de un caso muy serio, tanto por el contenido como por la repercusión personal que puede tener, en este caso, sobre la persona del futbolista francés en caso de que el tratamiento sea legal. Nasri, por cierto, que nadie lo olvide, ha tenido un comportamiento ejemplar desde que aterrizó en Sevilla el pasado verano. Pero, claro, una mentira repetida mil veces... ya saben. Y Nasri nunca fue un angelito, ¿verdad?. Lo cierto es que la imagen del fino centrocampista francés ha sido alcanzada por varios dardos envenenados, y en el Bernabéu el próximo miércoles me juego una mano a que será uno de los grandes protagonistas entre los corrillos y mentideros. Quién sabe. El fútbol es muy caprichoso. ¿Y si lo fuera al final por esa sonrisa traviesa que esboza cuando marca...?
twitter: @cmsanchezt
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